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    Piedad Córdoba le apostó a la paz de Colombia cuando solo se escuchaba el ruido de la  balas.

Pese a ataques, persecuciones y secuestros, la mantuvo en pie el respaldo de millones de colombianos, indígenas y afros que vieron en ella la esperanza de lograr la paz y un país mejor para las futuras generaciones. 

Cuando apenas me formaba como comunicador social en la ciudad de Cali, y veía desfilar a cientos de personajes y políticos por los medios colombianos, siempre soñé con entrevistar a la señora del turbante. 

Fue solo hasta mi ingreso a la cadena internacional de noticias teleSUR, cuando logré entrevistarla por primera vez en su apartamento ubicado en la carrera 7ma. de la ciudad de Bogotá. 

Mi primera pregunta, aunque fuera de cámaras fue: ¿por qué le gustaban tanto los turbantes?  Su  respuesta no pudo haber sido otra: "Eso, mijo, representa lo que yo soy, una luchadora por mi gente, incluso por aquella que no le gusta lo que hago, buscar la paz para este país". 

 

Y eso fue Piedad Córdoba, una luchadora incansable por las comunidades más vulnerables de este país, una defensora de la solución política al conflicto armado, el logro de la paz  y la artífice de que muchos colombianos retenidos por los grupos guerrilleros volvieran a casa y en libertad. 

En Bogotá la pude ver en muchas ocasiones con sus inigualables turbantes y vestidos llenos de carnaval. En los territorios, con jeans, sudaderas y comiendo yuca, papa y carne ahumada en hojas de plátano, que nos brindaban los campesinos, en las interminables movilizaciones y paros agrarios  que realizaban para exigir sus derechos. 

Y es que esos escenarios para Piedad eran comunes y constantes. No hubo movilización, lucha y reivindicación de derechos de las comunidades donde esta líder social no haya participado. 

Fue precisamente esa voz contestaria y altiva en defensa de los menos favorecidos lo que la convirtió en objetivo político y hasta militar de algunos  sectores del país, que la vieron siempre como una piedra en el zapato. 

Los ataques para acabar con su vida física y política fueron recurrentes. Un procurador inquisidor llamado Alejandro Ordóñez la quiso borrar del escenario político destituyéndola, pero el Consejo de Estado le devolvió su investidura de senadora, al considerar que el fallo se basó en meras conjeturas y juicios de valor del procurador.

Pese a estos ataques, persecuciones, secuestros, atentados contra su vida y señalamientos de los medios de comunicación, siempre la mantuvo en pie el respaldo de millones de colombianos, indígenas y afros que vieron en ella la esperanza de lograr la paz y un país mejor para las futuras generaciones. 

Solo me queda decir, en medio de la tristeza que nos embarga por la  desaparición física de Piedad, que me alegra profundamente que su muerte se haya producido por la naturaleza de un corazón agotado de luchar, y no en  manos de los sectores políticos a los que ella enfrentó con total vehemencia y decisión. 

Se fue Piedad, la negra, la defensora de derechos humanos, la senadora y  la mujer que le apostó a la paz de este país cuando solo se escuchaba el ruido de la  balas.


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