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  • Una de las principales estrategias de control de los perpetradores de violencia doméstica es la de encerrar a la víctima, señala la ONU.
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    Una de las principales estrategias de control de los perpetradores de violencia doméstica es la de encerrar a la víctima, señala la ONU.

La pandemia ha dispuesto el escenario perfecto para la violencia contra la mujer. Quienes maltratan física o emocionalmente, no necesitan ningún esfuerzo para aislar a la víctima.

“Yo creo que la vía para retomar transformaciones deben surgir desde las mujeres, cuando seamos capaces de defender nuestros cuerpos, territorios y respetar las otras formas de vida, porque desde este sistema patriarcal y capitalista es imposible”, comenta en exclusiva para teleSUR Zulma Larin, coordinadora nacional de La Red de Ambientalistas Comunitarios (RACDES- El Salvador).

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A propósito, destaca a las líderes locales como Rosa Isabas, del municipio de Cuisnahuat.“Mire yo aquí estoy organizando para que levanten censo porque a este municipio no ha llegado la ayuda de los 300 dólares y las mujeres acá viven una situación dura y con esta pandemia se agrega que debemos dar atención psicológica y nos volvemos como pulpas (femenino de pulpo), para no dejar morir de hambre a los hijos/as”. 

Alicia Rivas, quien vive en una zona fronteriza de El Salvador, instruye a las mujeres para que el virus no llegue a su comunidad y no entiende por qué el beneficio económico ofrecido por el Gobierno no les ha salido a las mujeres: “¿No sé qué criterio ha tomado el Gobierno para no dárselos a las mujeres? (…) porque fíjate, aquí son ellas las que llevan la carga de los cuidados y se ocupan que haya alimentación en los hogares, y no es por nada, pero hay un hogar donde le salió el beneficio a los tres hijos y al hombre, y eso es injusto, pero ¿qué podemos hacer? si es una decisión del Gobierno”

Igual lucha llevan durante toda la pandemia, “doña Cristela Majano del caserío la Loma; en el municipio de Osicala Betty Claros del Rosario; la profesora Pastora Argueta del municipio de Jocoaitique; Susana Castro del caserío el Jícaro en Mercedes Umaña, departamento de Usulután; Mercedes Monge de la Esperanza en el municipio de Santiago Texacuangos y las mujeres del municipio de Nuevo Edén de San Juan, en San Miguel, Marta, Dinora, Ingrid, Lucita y Milita”. Por citarnos nombres de líderes sociales salvadoreñas que luchan contra los obstáculos actuales. 

“El neoliberalismo, como modelo pésimo del capitalismo salvaje, supone que la explotación de la vida es la forma de extraer mercancías, sea como sea y no respeta límites, ecosistemas, otros seres vivos. Y nunca respetará a las mujeres", afirma la líder ambientalista Zulma Larín, "porque en sí mismo se negaría”. 

“Primero porque el patriarcado como sistema ha impuesto que las mujeres sólo servimos para las tareas de los cuidados, para generar vida y dar placer. Nunca nos han visto como mujeres capaces de transformar sistemas opresores, aunque está demostrado lo contrario, si las mujeres nos unimos y decodificamos esos calificativos que el modelo neoliberal ha impuesto”. 

Quien ha trabajado los últimos 18 años de su vida en acciones comunitarias, Zulma Larin, máster en Gestión Ambiental y fundadora de la Red de Ambientalistas Comunitarios de El Salvador (Racdes), afirma que “la mujer salvadoreña en la actual situación tiene la necesidad de unificar todos los esfuerzos para incidir en las trasformaciones por un nuevo sistema. Ello supone los compromisos por asumir espacios de poder, que conlleve a un nuevo proyecto desde la pedagogía de la vida. Esta tarea no es nada fácil -reconoce- viene como grandes desafíos en este sistema patriarcal salvadoreño, pero no queda otro camino que empezar".

Además, refiere que "con esta vivencia de la pandemia sanitaria, aumentaron los feminicidios, se violentaron los derechos humanos de todas formas, se ha puesto en riesgo la incipiente democracia que veníamos construyendo desde Los Acuerdos de Paz. Entonces, se evidencia con mucha claridad un retroceso que impone priorizar una agenda de lucha. Ese es uno de nuestros grandes desafíos, tanto para las mujeres trabajadoras, amas de casas, profesionales, jóvenes desde una perspectiva de clase y género y desde abajo”.

Cuando ni el hogar es un lugar seguro

La pandemia ha dispuesto el escenario perfecto para la violencia contra la mujer. Quienes maltratan física o emocionalmente, no necesitan ningún esfuerzo para aislar a la víctima. El confinamiento, como la obediencia, han sido obligatorios.

Antes de declarar este tiempo “especial” de lucha contra la Covid-19 en América Latina, una de cada tres mujeres padecía violencia física o sexual en una relación íntima a lo largo de su vida. Una de las principales estrategias de control de los perpetradores de violencia doméstica es la de encerrar a la víctima, señala la Organización de Naciones Unidas (ONU).

“Pensamos que esta pandemia nos encuentra en una situación grave en distintos niveles, no solamente en relación con la violencia de género, sino que también en materia económica, de instituciones, el mismo sistema de salud. Nos encuentra en una situación gravísima, ya veníamos arrastrando una situación de emergencia económica, social, en muchos aspectos y la pandemia vino a agravarlo”, profundizó Silvia Ferreyra, coordinadora nacional de Mujeres de la Matria Latinoamericana (MuMaLá).

Desde las primeras restricciones de movilidad, por el ambiente sanitario, se han perpetrado en Argentina -del 1ro de enero al 27 de abril 2020- 99 femicidios, incluidos tres trans- travesticidios.

Las cifras hablan en  Perú. Mientras las mujeres estaban confinadas y desprotegidas ante sus asesinos o violadores, tras las primeras ocho semanas, se registraron 12 feminicidios y 226 violaciones, de las cuales 132 eran menores de edad. En éste país suramericano, se han organizado cerca de 200 equipos itinerantes para socorrer a las víctimas, porque el 60 por ciento de los feminicidios ocurren dentro de los hogares peruanos, de acuerdo con el Observatorio de Criminalidad del Ministerio Público. Casi todos los Centros -400- de Emergencia para la Mujer, han permanecido cerrados durante la pandemia.

“Considerando que la violencia sería ejercida principalmente por la pareja, la educación y el trabajo de la mujer podrían verse como una medida de empoderamiento que reduce la prevalencia de que sea víctima de violencia”, señala el académico Hugo Contreras Gómez, del Centro de Investigación e Información Periodística de Chile.

En el país austral, donde la mayoría de los pobres son féminas, 54,3 por ciento, “la violencia contra las mujeres también es considerada una pandemia”, añade al debate la directora ONU Mujeres Chile. Hasta el 10 de junio de 2020, en Chile se registran 17 femicidios consumados y 47 femicidios frustrados.

Sólo en Colombia, uno de los Estados más violentos del mundo, en el segundo mes de cuarentena por la Covid-19 se reportó un aumento del 48 por ciento de ataques a féminas. También es considerado el país más afectado por ese flagelo en Suramérica, añadió el Instituto de Medicina Legal.

Es la consecuencia más oscura del confinamiento. El incremento en los casos de abuso doméstico en América Latina es un flagelo contra 20 millones de mujeres y niñas que sufren violencia sexual y física. Algunas han alcanzado a denunciarlo, por eso la ONU reporta un aumento del crimen contra la mujer en México, Brasil y Colombia, y el doble del número de femicidios en Argentina durante la cuarentena.

“El año pasado tuvimos 3.800 femicidios en la región. ¿Cuántos vamos a tener este año, cuando en Argentina tenemos un femicidio cada 14 horas?”, agregó María Noel Baeza, directora regional de ONU Mujeres. “Las cifras dan cuenta de una continuidad en la vulneración de los derechos de las mujeres. En lo que va del 2020 se registraron 104 feminicidios en todo el país (uno cada 29 horas), 89 intentos y 16 muertes violentas en proceso de investigación”.

Silvia Ferreyra, coordinadora nacional de MuMaLá, sintetiza las implicaciones que el aislamiento social tiene para miles de personas: “La pandemia profundizó las precariedades vigentes de los sectores más vulnerables, principalmente las mujeres e integrantes del colectivo LGBTIQ+. Se agudizaron todas las desigualdades estructurales y en particular, a partir del aislamiento social preventivo, las situaciones de violencias de género. Sabemos que para las víctimas que conviven con su agresor, el hogar no es un lugar seguro”.

No es que la Covid-19 haya revelado ese hecho. En el mundo, 137 mujeres ya eran asesinadas cada día por un miembro de su familia antes del coronavirus y dos de cada tres asesinatos de mujeres eran cometidos por las parejas o familiares.

América Latina es la segunda región del mundo más peligrosa para la población femenina: La tasa de letalidad para las mujeres es de 1,6 por cada 100.000 habitantes. Una de cada tres mujeres en la región ha asegurado haber sufrido violencia física o sexual en una relación de pareja, y 77 por ciento de los delitos sexuales ocurre en las viviendas.

El coronavirus, entonces, llega a sociedades para las que ya era un problema la violencia hacia las mujeres en los espacios domésticos y en sus vínculos cercanos. Lo que ha hecho la pandemia es agudizar ese problema y mostrar en primer plano que el hogar no es, para muchas, un lugar seguro. Así lo reiteró el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, a inicios de abril pasado: “Para muchas mujeres y niñas, la amenaza es mayor allí donde deberían estar más seguras, en sus propios hogares”. Lo mismo había confirmado Dubravka Simonovic, relatora especial de esa organización sobre violencia contra mujeres; Unicef y múltiples organizaciones feministas en todo el mundo.

La situación de confinamiento o reducción de la movilidad otorga a los agresores controles adicionales: Impide que las mujeres salgan a hacer las denuncias, que muchas veces requieren presencia física. Sin embargo, las líneas telefónicas de atención a víctimas se han sobresaturado en los países.

Ésta y las otras crisis


Pero es que las mujeres transitamos simultáneamente por ésta y otras crisis sociales. De modo que la pandemia hay que verla, “puertas adentro y afuera”, sobre las inseguridades contra la población femenina en América Latina.

Ailynn Torres Santana, doctora por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso-Ecuador), significa a las poblaciones migrantes empobrecidas o que se encontraban en las rutas de los corredores migratorios del sur están siendo especialmente vulneradas durante esta crisis. Entre las primeras medidas tomadas por los Gobiernos ha estado el cierre de fronteras, para evitar “importar” personas contagiadas.

“Por otra parte -la psicóloga desata los nudos críticos para la seguridad de las mujeres frente a la Covid-19 los centros de detención están siendo un foco de atención y crítica por la violación de derechos humanos en esta crisis. Organizaciones de la sociedad civil mexicana reportaron las condiciones deficitarias y altamente peligrosas para migrantes (sobre todo centroamericanos), incluidas mujeres, niñas y niños que permanecen en las estaciones migratorias sin condiciones higiénicas, artículos de primera necesidad, acceso a atención médica ni protocolos para prevenir los contagios de la Covid-19. Situaciones similares se repiten en todo el mundo y la región. Lo mismo sucede en las cárceles, uno de los territorios más desprotegidos e inseguros para enfrentar la crisis”.

Son mujeres, siete de cada diez profesionales de la salud en el mundo. Eso las expone y hace más vulnerables. También, con la precariedad incluida, son las que mantienen la vida en los hogares ,debido al cierre de las instituciones escolares y laborales. ¿Qué pasa con las que no tienen casa? O las que sostienen un hogar, sin servicios básicos, donde viven familias hacinadas en las que no es posible permanecer ininterrumpidamente, denuncia el Fondo de   las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). Igualmente la Organización Mundial de la Salud y el Fondo  de Población de las Naciones Unidas (en inglés, Unfpa), han advertido los efectos diferenciados de la pandemia para hombres y mujeres.

Son trabajadoras informales, unas 126 millones de mujeres en Latinoamérica y el Caribe, según la Organización Internacional del Trabajo. Por lo tanto, casi la mitad de las féminas se quedaron sin ningún empleo. Las otras ya venían padeciendo los salarios bajos por jornadas laborales más largas que las de los hombres, si consideramos el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado, tanto como la falta de empleos dignos.

Por la vida

No es a pesar de todo que la mujer resiste y lucha, sino porque vivir es la única opción posible. Mercedes Monge es otra lideresa salvadoreña, quien con su convicción y entusiasmo ya venía trabajando en la defensa de la soberanía alimentaria en el municipio de Santiago Texacuangos. En este momento, la emergencia también la tiene ocupada en saber cómo las mujeres están haciendo desde sus casas para alimentar y cuidar a su familia. 

Ahora Mercedes crea espacios en WhatsApp y desde allí está orientando sobre cómo deben cuidarse y aprovechar los conocimientos ya adquiridos, para sembrar en pequeños espacios. También me comenta que ahora mucha gente le llama para preguntarle si tiene hierbas, hortalizas, huevos en su casa que le pueda prestar o donar; en fin ahora experimento como mujer, la solidaridad en concreto con las mujeres de mi territorio, que no podría tener mejor nombre que “La Esperanza”.

La experiencia es narrada para teleSUR por Zulma Larín ,la coordinadora general de la Racdes, quien enfatiza: “pero tampoco quiero olvidar que esta crisis tiene sus profundas raíces en el sistema patriarcal y capitalista en el que están subsumidas las mujeres. Hay una profunda crisis que ha puesto de manifiesto esta problemática sanitaria que nos está violentando aún más a las mujeres por estar desprotegidas de las políticas públicas, esas que llevan estos sistemas políticos en el mundo”, dice quien evidencia con hechos, como la mejor opción posible, la de seguir luchando por la vida.

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