• Telesur Señal en Vivo
  • Telesur Solo Audio
  • facebook
  • twitter

Se cumplen 34 años de la desaparición física de un notable músico cubano, quien logró que hasta los marcianos bailaran con el ritmo por él creado: el Chachachá

El último escalón de la vertiente que llegó a Santiago de Cuba desde La Española es el Chachachá. 

Minué, Danza, Contradanza, Charanga a la francesa, Danzón, Mambo y Chachachá. Uno fue generando al otro.

Quién iba a decirle a Enrique Jorrín la tan alta alcurnia que su creación tenía. Porque en total, él le dio salida al ritmo por otras razones, que la del pedigree no estaba entre ellas.

Fue el mismo Enrique Jorrín quien contó su historia y la del ritmo creado por él. Historia bonita.

Enrique Jorrín

El encuentro se produjo en en la capital cubana, en la zona de Belascoain en Centro Habana. Estaba prácticamente terminando un ensayo de la orquesta y la cuadra, a esa temprana hora de la tarde contenía a muchos muchachos corriendo mientras unos cuantos ancianos con las jabas ( bolsas de tela ) en las manos traían el pan, las verduras, la carne.

El tiempo parecía detenido en algunos rostros pero el colorido de la gente contrastaba con el gris marrón de las paredes.  El Maestro Jorrín presentó a algunos de sus músicos, pidió café y comenzó.

Nació en Candelaria, población cercana a Pinar del Río, provincia de Pinar del Río al occidente de Cuba. < /figcaption>

Nació en Candelaria, población cercana a Pinar del Río, provincia de Pinar del Río al occidente de Cuba.

“Nací el 25 de diciembre de 1926, en plena fiesta de Navidad, y con frío”.

Al preguntarle por su infancia, responde que su infancia fue tan modesta como su familia. Su padre era sastre del pueblo y mantenía a la prole, corta, por fortuna, con lo que devengaba en la costura. Eran dos hermanas y dos hermanos. Además, dice, su padre era músico, era clarinetista y se ganaba también unos pesitos en algunas orquestas populares, que de noche no se cose. Fue su padre quien les enseñó a amar el piano y las notas, pues le gustaba sentar a sus hijos a estudiar a y a conocer la música, y, de hecho, les enseñaba pequeñas piezas. 

A temprana edad, con ocho años, Enrique Jorrín  comienza a estudiar técnica musical y para 1938 ya está componiendo algunos danzones. No eran muy buenos, ahora que los ve en el tiempo, pero eran sus primeros pasos en la composición. 

A los 15 años de edad el  hijo del sastre presenta su examen en el Conservatorio, con violín y obtiene un sobresaliente meritorio. Era 1941. Parece que lo del adolescente iba a ser la composición porque según cuenta se puso a trabajar en varias partituras para orquesta con la pretensión de presentarlas en la radio. Cosa que hizo, pero no sería sino hasta 1944 que se presentaría públicamente y eso, sustituyendo a su hermano en una orquesta.

Cuenta que parece que su primera presentación no fue exitosa. No sintió aplausos ni aprobación pública. A lo mejor extrañaban al hermano, pero el mandado estaba hecho. Prácticamente se escondió pensando que era un fracasado. Pero siguió estudiando.

 “Fui perseverante”, dice, “porque yo estaba dispuesto a llegar lejos”. Y llegó lejos, porque a esas alturas ya estaba en La Habana y para el año de 1948 pasaría por las orquestas “Peñalver” y  “La Ideal” , una Charanga que le permitió foguearse mejor para militar en las filas del Danzón, su ritmo preferido.

Con Arcaño

Y lo de Arcaño sí era una radiofónica, que no es que sea una orquesta del otro mundo sino una Banda adaptada especialmente para las audiciones en vivo de la radio de entonces. Pero sí era una orquesta que parecía de otro mundo. 

Antonio Arcaño, el  revolucionario flautista que la fundara para hacer charanga y danzón, congregó  en ella a lo mejor de la música de entonces. Israel “cachao” López, por ejemplo, fue su contrabajista fundador. Arcaño  inauguró prácticamente las transmisiones musicales de la emisora 1010, “la comunista”, que  era llamada así porque  sus directivos eran revolucionarios  y  porque los músicos que a ella iban, casi todos eran de izquierda. Y ya se sabe que militar en las filas progresistas, llámenlo como quieran, casi que es sinónimo de calidad. Y Arcaño era pura calidad. Cuando llegó a la 1010 estaban entre otros con él Félix Reyna, Miguel Valdés (viola, no cantante), Cachao y Eliseo Martínez, personaje este último muy importante porque con él se incorporó la tumbadora al formato de la Charanga. Y estaba Enrique Jorrín. Que ya comenzaba a formar parte de la historia.

El  Cha cha chá fue reconocido inmediatamente en toda Cuba.

Le preguntamos por su pasantía al lado de Arcaño, puesto que él, Jorrín, fue una de esas maravillas. Y confiesa que sí, que fue una experiencia maravillosa la que vivió con todos esos músicos porque el sentido de la disciplina, las discusiones de tinte social, la exigencia del director  en los ensayos y audiciones y la popularidad lo marcaron para siempre. Pero también confiesa que estuvo poco tiempo. Se fue a la “Orquesta América”, de Ninón Mondéjar y abrió otro capítulo en la música cubana.

Lo aprendido con Arcaño le sirvió de mucho al talentoso violinista. Con la “América” se foguearía más en el mundo de los salones de baile a los cuales Mondéjar era tan afecto. Y en esos  salones Jorrín comenzó a observar detenidamente a los bailadores, los cuales parecían esperar ansiosamente el montuno del Danzón para moverse más libremente.

”Yo estaba estudiando y decidí cogerle el gustito al asunto porque ya tenía mis ideas. En lugar  de ocho, le metí dieciséis compases a mis partituras y como me había fijado en que la parte lenta del Danzón transcurría así, lenta, pensé en unas letras sencillas para que fueran cantadas en esa parte, poniendo el asunto  en manos de los músicos, que harían de coristas. 

Esto además sería una solución a mediano plazo porque en esos momentos en Cuba mantener a una estrella de solista era algo difícil y cada vez que un cantante pedía aumento de sueldo y no se le daba se iba y la orquesta se quedaba sin voz principal. Con un coro hecho por los mismos músicos, si faltaba el solista, bueno, faltaba, pero la orquesta no se quedaba sin voces. Eso también pesó.  La cosa es que me fajé a componer y lo hice como en crónicas, en cuenticos de fácil asimilación por parte de los bailadores. El impacto fue tremendo. Hice “La engañadora” echando el cuento de una  mulata que iba mucho a bailar al salón que quedaba  en Neptuno haciendo esquina con el Bulevar Prado. Ya tú sabes...”
 “A Prado y Neptuno/ iba una chiquita...”

Al preguntarle si lo bautizó inmediatamente como chachachá y por qué ese nombre Enrique Jorrín señaló:

”Que vá. Yo no tenía nombre para eso. Para mí era una Rumba Danzón, una Rumba con Mambo, que se yo. Pero el nombre vino casi enseguida. 

Porque es verdad que la  gente se descalabró con “La engañadora” : bailaban sin parar y hacían ruidos con los zapatos y este ruido se unía al del güiro y el güirero se fajaba con el compás de los bailadores y acentuaba el asunto. Sonaba chas repetidamente, chas, chas, chas... Se quedó Chachachá y la gente lo bailaba y lo cantaba por aquello de no ser tan complicado como lo que le antecedía.”

El  Cha cha chá fue reconocido inmediatamente en toda Cuba, y hasta el emporio que significaba el Son montuno sintió  la contundencia de este golpe brillante de Jorrín, quien para esos momentos era  violinista en la Orquesta América, la primera orquesta que, en justicia, tocó un Chachachá. Sí. Jorrín, el autor, estaba en ella... Pero hasta Mondéjar acusó el golpe y comenzaron las rivalidades y Mondéjar decía que  el Chachachá era de la “América” como creación colectiva, pero todos sabían que era de Jorrín. 

Preguntamos al maestro por este polémico asunto que aparentemente no trascendió mucho fuera de las fronteras habaneras. Y nos dijo que sí, que esa había sido una fajazón tremenda, tan tremenda que  él se retiró de la “América” y montó su propia orquesta. Y unos cuantos le siguieron. Ya el nuevo ritmo era la locura de Cuba y de los gringos que veraneaban todo el año en ella. Jorrín, en pleno auge de su ritmo, se fue a México a expandir sus mercados. La cosa es que Mondéjar se fué también, y como muy bien señala Cristóbal Díaz Ayala en su libro “Del Areito a la Nueva trova”, ambos le dejaron el terreno a los demás y la proliferación de orquestas para tocar Chachachá fue tremenda.

Le preguntamos a Jorrín por esto y dice que no es tan así la cosa, vamos, que el asunto es que en México surgieron ofertas muy buenas y no se podían desaprovechar. 

Pero es que Jorrín se quedó tres años, desde 1955 hasta 1958 finales.

¿Y no sería que le estaba huyendo al régimen de Batista?. Nos mira muy sorprendido.  El comulgaba con las ideas de liberación y aunque no era un perseguido se sentía abochornado por la situación de su país y asfixiado por el mal trato que se daba a los músicos. Estas razones influyeron en su viaje a México el cual concluyó, curiosamente, con la llegada de los barbudos a La Habana. Sonríe. No afirma ni niega nada. Pero el que calla otorga.

La ausencia de Jorrín resultó beneficiosa en tanto que sirvió para que el Chachachá tomará derroteros bien sabrosos al margen de su creador. Abelardo Barroso comenzó a lucirse con la  orquesta “Sensación” y Rafael Lay, el cienfueguero que se había hecho cargo de la  orquesta de Orestes Aragón hizo del Chachachá bandera para el grupo. Richard Egües  compuso lo mejor de lo mejor y José Fajardo, flauta adelante montó unas estrellas de altura, que la flauta de Egües no se quedaba atrás y corría pareja con su vena de autor. Y tan es así que indudablemente, con “Engañadora” y todo, será “El bodeguero”  el primer Chachachá de alcance mundial. Cómo serían las cosas que hasta los marcianos bailaron el ritmo de Jorrín si nos atenemos a la crónica hecha música con imaginación, nada más. “Los marcianos llegaron ya/ y llegaron bailando chachachá”

Retorno a Cuba

Qué de su vida desde 1959? Porque el Chachachá quedó para nostalgias, al parecer.
Y Enrique Jorrín dice que no. Que él está bien informado y que lo del Chachachá sigue vigente tanto en Cuba como fuera de ella. Y acota que hasta las orquestas de Salsa graban Salsa Chachachá. Y va más allá porque el Songo de Juan Formell tiene algo de su ritmo. No lo habíamos pensado, pero ciertamente algunas piezas de “Los Van Van” dejan sentir el arrastre de los pies. No debe olvidarse que Formell militó en las filas de un charangón.

Sabe que Fajardo se llevó para Estados Unidos el Chachachá y que nunca le han pagado un centavo de las regalías de sus temas. Bueno, ni a ningún autor cubano que se haya quedado en Cuba.  “Y yo me quedé. Claro que me quedé. Si yo había adversado lo que pasaba en mi país, ¿cómo me iba a ir para el país que nos causó tanto daño moral y material?”

Ha viajado mucho y le agrada viajar, le agrada que se sepa que es cubano y es músico  y confiesa orgullo por lo del Chachachá.

Se le vio con “Las estrellas de Areito” en Caracas en las memorables presentaciones de esta orquesta de todos estrellas en el Poliedro de Caracas. Y sí. De Caracas  y de Venezuela siempre ha guardado buenos recuerdos, porque además Bolívar y Martí... 

Para finalizar surge la pregunta en torno a qué orquesta de las nuevas le gustaba. Y  dijo que la de Pachi Naranjo, la Original de Manzanillo. 

Epílogo

En La Habana, en la esquina de Neptuno con el bulevar de Prado, en el sitio que sirvió de inspiración para que naciera “La engañadora” , el primer Chachachá de la historia, estuvo, con el tiempo, un restaurante llamado, curiosamente, Caracas.

El Maestro Enrique Jorrín falleció en La Habana el 12 de Diciembre de 1986. Estaba por cumplir sus 60 años. Había nacido en Candelaria de Pinar del Río el 25 de Diciembre de 1926. Y en las ausentes fiestas de Navidad se sintió su falta. Y hubo frío.

Precisando el ritmo del Chachachá

El periodista cubano Radamés Giro, en su artículo “El Danzón, El Mambo y el Chachachá” publicado en la revista La Jiribilla en 2001 precisa algunos aspectos importantes para comprender el fenómeno rítmico del Chachachá. Giro toma unas declaraciones de Jorrín: "Construí algunos danzones en los que los músicos de la orquesta hacíamos pequeños coros. Gustó al público y tomé esa vía. En el danzón “Constancia” intercalan algunos montunos conocidos y la participación del público en los coros me llevó a hacer más danzones de este estilo. Le pedía a la orquesta que todos cantaran al unísono. Con el unísono se lograban tres cosas: que se oyera la letra con más claridad, más potente, y además se disimulaba la calidad de las voces de los músicos que en realidad no eran cantantes”

Para delinear el Chachachá Jorrín delineó la forma en que hoy lo conocemos. Cambió la célula rítmica del güiro, el movimiento y el figurao del piano en la última parte (la izquierda a contratiempo y la derecha a tiempo), introduce una nueva célula rítmica entre la tumbadora, el timbal y el güiro, y las frases musicales de los violines y los cantantes son al unísono. Desplazó el acento de la cuarta corchea en compás de 2/4 del mambo, hacia el primer tiempo en el chachachá haciendo la menor cantidad de síncopa posible. 

Con esta impronta surge La engañadora, grabada en 1953, que tiene una introducción, una parte A repetida, B y A, y finaliza con una coda en tiempo de rumba; pero en su inscripción aparece como mambo-rumba, aunque ya tenía todas las características del chachachá. 

Partiendo de que se trata de un ritmo algunos músicos lo han mezclado con sonidos y con ritmos modernos obteniendo canciones totalmente actuales que sirven perfectamente para bailar chachachá, se ha mezclado con el Songo de Juan Formel y hasta con boleros y baladas con buenos resultados: Bolero-chá, por ejemplo.

El paso tiene 4 tiempos, como la música, y se baila con 2 movimientos lentos y 3 rápidos ―más una pausa―. Como baile, es uno de los más ricos y variados en pasos. El aire es sensual, como en todos los bailes provenientes de la zona caribe y su característica principal es el movimiento de caderas. 

El Chachachá sigue siendo un baile de festejo, alegre y contagioso, reconocible y vigente, a pesar del tiempo.

Honores para su creador al cumplirse 34 años de su desaparición física, acaecida en La Habana.

Enterate más de:

Enrique Jorrín

Comentarios
0
Comentarios
Nota sin comentarios.