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Si el TLCAN no hubiera sido reemplazado con el TMEC, las perspectivas para la recuperación económica después de la pandemia del COVID-19 serían aún más preocupantes.

Si el TLCAN no hubiera sido reemplazado con el TMEC, las perspectivas para la recuperación económica después de la pandemia del COVID-19 serían aún más preocupantes. | Foto: Xinhua

Publicado 7 julio 2020



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Una vez que López Obrador fue electo presidente, en 2018, la expectativa fue que habría un choque de trenes entre los dos jefes de Estado, echando a perder una larga historia de colaboración binacional constructiva.

No deberíamos subestimar la enorme importancia simbólica y estratégica de la reunión este 7 de julio en Washington entre el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador.

Trump fue electo en 2016 con una plataforma explícitamente anti-mexicana. Llamó “violadores” a los mexicanos y amenazó con poner fin al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), mientras juraba construir un “muro impenetrable, físico, alto, poderoso y hermoso” en la frontera con México.

En contraste, López Obrador, como candidato presidencial, emprendió una gira por Estados Unidos en 2017 para expresar su solidaridad con los migrantes mexicanos amenazados por las políticas migratorias draconianas de Trump. El líder mexicano llamó “neofascista” a Trump y presentó demandas internacionales en contra de la Casa Blanca tanto en la Organización de las Naciones Unidas como en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Una vez que López Obrador fue electo presidente, en 2018, la expectativa fue que habría un choque de trenes entre los dos jefes de Estado, echando a perder una larga historia de colaboración binacional constructiva.

Pero, de manera sorpresiva, Trump y el presidente mexicano recientemente electo en realidad se han llevado muy bien.

López Obrador hizo el primer gesto de buena voluntad. El líder mexicano fácilmente podría haber utilizado su gran capital político —después de una victoria contundente el 1 de julio de 2018— para azuzar a las masas y lanzarse en contra del bully en Washington. En lugar de ello, blandió una pluma y escribió una carta a Trump en la cual propone establecer “una nueva etapa en la relación entre México y Estados Unidos, basada en el respeto mutuo y la identificación de áreas de entendimiento e intereses mutuos”.

Trump siguió el ejemplo. En lugar de lanzarse en contra del “radicalismo de izquierda” del nuevo presidente electo al sur de su frontera, Trump le llamó al líder mexicano la noche de la elección para felicitarlo calurosamente. Inmediatamente después, Trump envió una delegación de alto nivel para reunirse con el equipo de transición de López Obrador en Ciudad de México, y rápidamente puso manos a la obra para avanzar con las negociaciones comerciales bilaterales.

Trump, desde luego, ha continuado con sus insultos en contra de los mexicanos y los inmigrantes, y ha aplicado presión al gobierno mexicano para que controle el flujo de migrantes hacia el norte. Sin embargo, el presidente estadounidense no ha tomado una sola acción en contra del gobierno de López Obrador ni ha violado la soberanía de México, algo que no es poca cosa tomando en cuenta la tendencia reciente de la Casa Blanca hacia políticas neo-imperialistas, como en Venezuela o Irán, por ejemplo.

El riesgo más grande para la relación bilateral era el posible fin al libre comercio. Trump prometió una y otra vez poner fin al TLCAN, llamándolo un “fracaso mata-empleos”. Y López Obrador —y la izquierda mexicana en general— le había echado la culpa durante décadas al TLCAN de haber destruido el campo y fragmentado la política industrial nacional.

El anterior presidente de México, Enrique Peña Nieto, rescató las negociaciones comerciales bilaterales en 2017, sometiéndose a los caprichos de Washington. Peña estaba desesperado por evitar el colapso de la economía a la víspera de las elecciones de 2018, ya que eso hubiera arruinado cualquier posibilidad de que su partido pudiera retener la presidencia. Pero una vez que ganó López Obrador, sonaron las alarmas, ya que no estaba del todo claro cómo Trump respondería a un presidente mexicano con mayor fuerza y comprometido a la defensa de la soberanía de su país.

Milagrosamente, los dos presidentes llegaron a un acuerdo y nació el nuevo Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (TMEC). Tanto Trump como López Obrador pusieron sus ideologías a un lado y trabajaron juntos para armar una nueva versión del acuerdo que facilitara el crecimiento y la prosperidad de una economía norteamericana cada vez más integrada.

México es el tercer socio comercial más importante de Estados Unidos, y Estados Unidos es el primer socio de México, con 670,000 millones de dólares en bienes y servicios cruzando la frontera cada año. Ninguno de los dos países puede darse el lujo de simplemente terminar el TLCAN sin algo preparado para reemplazarlo. Ambos lados entonces cedieron en asuntos claves, México con respecto a las reglas de origen para automóviles y Estados Unidos con respecto a la soberanía petrolera de México, todo en el interés del desarrollo regional.

Si el TLCAN no hubiera sido reemplazado con el TMEC, las perspectivas para la recuperación económica después de la pandemia del COVID-19 serían aún más preocupantes. Si Trump y López Obrador hubieran caído en la tentación de peleas tuiteras, bravuconería política y competencias estériles, las economías tanto de México como de Estados Unidos estarían hoy al borde del colapso.

Afortunadamente, la razón y el interés propio a largo plazo han prevalecido.

López Obrador eligió Washington para su primera visita al extranjero desde su elección como testimonio de las profundas conexiones que unen ambas naciones. Los temores de que Trump use esta reunión histórica para impulsar su campaña de reelección o humillar al presidente mexicano están fuera de lugar. Estas voces subestiman la dignidad y la sagacidad política de López Obrador, quien insistirá en ser respetado como un igual y no dudará ni un segundo en defender los derechos y los intereses de los mexicanos que habitan de ambos lados del Río Grande.

El contraste radical entre las políticas y las ideologías de estos dos líderes solamente hace resaltar más la importancia histórica de esta cumbre. A pesar de las fuerzas que empujan hacia la separación de los dos países, nuestras conexiones mutuas son aún más fuertes.

*John M. Ackerman, profesor y activista político mexicano de origen estadounidense


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