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3 octubre 2021
Porque arrieros somos…

En Guatemala, por ejemplo, un pequeño potrero donde pululan racistas, clasistas, xenófobos, homofóbicos y corruptos, ser negro es peor que ser indígena, el negro está en el último lugar no sólo de las clases sociales, también de los derechos humanos. Nadie quiere tener un amigo negro, un empleador negro, un docente negro, una esposa negra, hijos negros. Y aunque parezca increíble porque los pueblos indígenas también han sido explotados y excluidos, estos tampoco quieren relacionarse con los negros, no jodan, ¡sería el acabose!

Porque arrieros somos…

Los negros solo sirven para una cosa, mueren por tener un amante negro, pero jamás tendrían una esposa negra mucho menos hijos negros y con esto no hablo solo de Guatemala, esto es a nivel mundial, pero en la Latinoamérica de mente colonizada es algo muy visible.

Mucho se habla de ser negro en Estados Unidos, porque claro, hay que darle palo a Estados Unidos por donde se pueda ya que nosotros somos incapaces de enfrentarnos al espejo y ver lo racistas que somos, es mejor siempre echarle la culpa a otro. Nosotros canallas callamos lo que es ser negro en Latinoamérica, que lo cuenten las comunidades afros de Colombia y la pobreza a la que han sido sometidas durante décadas, a la violencia, las desapariciones forzadas y el robo de tierra descarado del gobierno que los obliga a la peregrinación. Que lo cuenten las favelas en Brasil no sólo en tiempos de Bolsonaro. Carolina Maria de Jesus tuvo las agallas de relatar cómo es vivir en la favela y ser sometido a la pobreza y exclusión, hoy en día las imágenes hablan por sí mismas y aun así no hay reacción.

Imágenes, si así tratan a los migrantes en las fronteras cuando hay cámaras imaginemos lo que hacen con ellos cuando nadie los está viendo para denunciarlos, no me refiero sólo a Estados Unidos, que no lo estoy defendiendo sólo trato de exponer que nosotros los grandes humanistas latinoamericanos también tenemos una doble moral de cuero grueso y utilizamos a nuestra conveniencia el lomo reventado del indocumentado cuando de sacarle ventaja se trata. Porque quién se ha preguntado cómo se llama el joven que recibe el amague del látigo del agente de La Patrulla Fronteriza, ¿si tiene familia?, ¿qué lo llevó a dejar su país y llegar hasta Texas?, ¿cómo fue su recorrido?, ¿por qué no encontró refugio en ningún país latinoamericano? Sólo expusimos el machón negro que entre más oscuro mejor y le arrancamos de tajo la identidad y dejamos la imagen clara del hombre blanco con el látigo, ahí milagrosamente se nos refrescó la memoria y resultamos conocedores de la historia de opresión de los negros en Estados Unidos, ¡pero oh dolor, no la de los afros en Latinoamérica!

Porque ahí nomás en República Dominicana, país de prietos que se creen caucásicos como el resto de Latinoamérica, por supuesto, en 2013 en tiempos de un gobierno humanista a los hijos de haitianos indocumentados nacidos en el país se les quitó la nacionalidad dominicana, fueron más de 250 mil que quedaron en el limbo. Ahí no brincó la Latinoamérica humanista, hasta cuando lo quiso hacer Trump en Estados Unidos. ¿Doble moral acaso o desmemoria?

Pero volviendo al tema migratorio, en México, en agosto, el director de una Estación Migratoria en Tapachula (del Instituto Nacional de Migración) fue captado pateando en la cabeza a un migrante que viajaba con la caravana de centroamericanos que buscaban llegar a Estados Unidos. López Obrador salió diciendo que ya había sido removido de su cargo cuando por ahí se filtró la foto. Pero en Latinoamérica no se le dio palo a AMLO por esa imagen desgarradora, ni por las políticas de su gobierno en asuntos de migrantes indocumentados, que en realidad no han variado mucho en comparación con los gobiernos neoliberales de años anteriores. Mientras en Texas se les cerraban las puertas a los migrantes haitianos, del lado de México sobrevolaba un helicóptero y eran atrapados por costaladas para ser deportados en calienta a su país de origen. Pero la imagen de las docenas de autobuses en Coahuila a solo metros del campamento no fue expuesta, porque pues, se trata del “hermano” López Obrador que en la reunión de la Celac dijo a los participantes, (donde cabe rescatar con un aplauso de pie la participación de Cuba y Venezuela, porque las cosas no son en blanco y negro) que “México es casa de todos”. Menos de los migrantes indocumentados, claro está.

En fin, mientras palabras van y palabras vienen, son mundos de haitianos atravesando Latinoamérica, ¿qué gobierno humanista que denuncia el neoliberalismo y la política externa de Estados Unidos les dirá que en su país tienen las puertas abiertas para que tengan casa, trabajo y paz? Que eso es lo que llegan buscando a Estados Unidos los migrantes indocumentados sin importar su color. ¿Qué gobierno democrático latinoamericano les dirá que “mi casa es su casa” a esos negros de los que se sienten tan orgullosos cuando hablan de la Haití valiente que se paró para eliminar la esclavitud?

¿O somos de los cretinos que tiran la piedra y esconden la mano? ¿En dónde está la devoción al Che Guevara, a Martí, a Chávez, a Monseñor Romero, a Evita, a Jacobo Árbenz, a Salvador Allende, Perón, a Las Adelitas, a Emiliano Zapata, a Mariátegui, ¿a Sandino?, ¿al Fidel del que tanto campaneo hacen? ¿Cuál es pues el humanismo de los grandes defensores de la memoria histórica latinoamericana ahora que sus hermanos haitianos los necesitan? ¿O existen sólo cuando Estados Unidos los violenta en la frontera? No se trata sólo de abrir las fronteras para que pasen, eso es lavarse las manos, se trata de involucrase, ofrecerles un lugar para vivir, trabajo y derechos.

Porque arrieros somos y un día ojalá así sea, la sangre haitiana de la Mamá África florezca en cada rincón de la Latinoamérica racista que hoy le voltea la espalda y el creolé lo hablen con orgullo los descendientes de quienes hoy son humillados en las calles polvorientas de la América Latina de mente colonizada.


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Perfil del Bloguero
Escritora y poetisa. Ilka Oliva Corado nació en Comapa, Jutiapa, Guatemala, el 8 de agosto de 1979. Se graduó de maestra de Educación Física para luego dedicarse al arbitraje profesional de fútbol. Hizo estudios de psicología en la Universidad de San Carlos de Guatemala, carrera interrumpida por su decisión de emigrar a Estados Unidos en 2003, travesía que realizó como indocumentada cruzando el desierto de Sonora en el estado de Arizona. Es autora de cuatro libros.
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